Desde la edad de seis hasta los catorce años asistí al Grupo Escolar Calvo Sotelo del barrio
San Pascual de Madrid donde recibí la educación primaria.
La
primera actividad que realizábamos al entrar al colegio, tanto por la mañana como
por la tarde a la vuelta de comer, era formar en filas y cantar el himno
nacional con aquella letra creada por José María Pemán y cuyo significado no
entendíamos.
Recuerdo
como si lo estuviera viendo, la imagen del director, subido en el tercer peldaño
de la escalera, desde donde dominaba visualmente las filas de los siete cursos
a la vez que movía el brazo derecho en cuya mano sostenía una vara a modo de
batuta y paseando la mirada inquisitoria sobre nosotros para descubrir a quien
no mantuviera la debida actitud marcial.
Cada
profesor se mantenía junto al primero de la fila de su curso, y no faltaba
alguno de ellos que se paseara entre las filas como refuerzo de la disciplina.
El
acto finalizaba siempre con los gritos del director “arriba España” y “viva Franco”
Tras
la llamada transición al himno se le despojó de la letra, pero me permitiréis
que yo no pueda evitar recordarlo como desagradable por haberlo sufrido como
una imposición doctrinal durante los años de mi infancia.
Tras
los horrorosos recientes atentados de Paris, he leído en Facebook alguna
entrada lamentando que en Francia la población haya usado su himno nacional, La Marsellesa, como icono
indiscutible de unión y en cambio en España cuando suena el himno nacional
provoque un sentimiento de división entre los ciudadanos españoles.
La
Marsellesa
desde su origen fue un instrumento de unidad popular en defensa principalmente
de la libertad, como lo demuestra al haber sido prohibido en las épocas en las
que el pueblo francés carecía de la dicha libertad durante el imperio y la restauración,
y más tarde durante la ocupación alemana desde 1940 a 1945. https://es.wikipedia.org/wiki/La_Marsellesa
El
himno español, la Marcha Real,
es una marcha militar, pero su rechazo por una parte considerable de la
ciudadanía, creo yo, que no se debe a su origen sino más bien al descrédito con
el que se impregnó durante los cuarenta años de dictadura, y que no llega a ser
mi caso, pues yo paso plenamente de signos como lo himnos y las banderas.