En
el libro de memorias de Miguel Gila, me llamó la atención una de sus vivencias
en el exilio mejicano.
Cuenta
que por aquellos años, para evitar el consumo de drogas, sobre todo las
administradas por jeringuillas, las cabinas de los retretes de los locales públicos,
bares, restaurantes, cines…, carecían de puertas. Así era normal que al entrar
en estos lugares te encontraras con personajes muy dignos sentados en la taza
del retrete, y a los que ya la costumbre les había vacunado contra el pudor.
Era normal que si se conocía al usuario del servicio se le saludara: buenas tardes Sr. Licenciado Martínez.
Hace unos años fui visitar a mi primo al hospital Carlos III, estaba ingresado a consecuencia
de una neumonía. En la puerta del servicio de su habitación hay un cartel avisando
de que esa instalación es de uso exclusivo para el enfermo. Tras la visita salí
de allí buscado un servicio público. En la misma planta, junto al ascensor
había una puerta de cristal con el conocido anagrama de los servicios. Entré y
me encontré con dos cabinas con su retrete, en la primera con la puerta
totalmente abierta estaba sentado un joven que se me quedó mirando, me vino a
la memoria la experiencia de Gila, y le di las buenas tardes, me contesto con
un balbuceo.
Me
metí en la siguiente cabina, por supuesto cerré la puerta. Cuando salí el joven
estaba allí de pie, fuera de la cabina y apagando la colilla de un cigarrillo
en el lavabo para echarla a la papelera sin peligro, comprendí entonces
que había utilizado el retrete como
cómoda silla mientras fumaba.