Estoy leyendo el libro "EL PIE DE
JAIPUR" autor Javier Moro. Es una obra impactante que en el 50% de su
contenido nos presenta la faceta perversa de la HUMANIDAD y en contraposición
el otro 50% lo que podemos llamar la faceta esperanzadora.
Como ejemplo de lo primero copio unos
párrafos de la obra.
En Camboya había 240 amputados por cada mil habitantes en 1991, un triste récord mundial. Un número que crecía sin pausa a causa de los centenares de miles de minas colocadas por las facciones en lucha. Los campesinos, al no poder vivir sin recoger madera o cultivar sus arrozales, terminaban por pisar alguno de estos artefactos de muerte y saltaban por los aires. En la aldea de Banteay Srey, situada en el monumental complejo de templos de Angkor, la mitad de la población sufría algún tipo de amputación.
Las minas rivalizaban en sofisticación y
crueldad. Las más sencillas mataban con una simple explosión; otras, con
fragmentos de plástico indetectable por los rayos X, y las había, como la mina
italiana Valmara 69, que saltaban y explotaban en el aire. La más temible, la H
14, era de fabricación china y tenía una particularidad que la hacía
especialmente peligrosa: flotaba. Después del monzón, cuando el lecho de los
ríos cambia a causa de la crecida, esas cajitas redondas iniciaban su viaje de
muerte hasta chocar contra alguna embarcación, contra el cuerpo de algún niño
nadando o contra la canoa de un pescador. En 1990, a causa de las minas se
realizaban en Camboya setecientas amputaciones al mes.
Éste es un párrafo extraído de un fax
fechado el 2 de marzo de 1992, firmado por el administrador de la fábrica
pakistaní de minas antipersonales POM MK2 vendidas a 6,75 dólares la unidad y
que no precisa comentarios: “Esta mina ha sido concebida para lisiar a la
víctima. Las investigaciones tácticas han demostrado que más vale lisiar al
enemigo que matarlo. Un herido requiere asistencia médica, transporte y
evacuación hacia la retaguardia, causando perturbaciones en las zonas de
combate. Además, una persona herida provoca un impacto psicológico depresivo
sobre sus compañeros de combate.
En aquel viaje a Camboya perdí mucha
esperanza; perdí la confianza en que la raza humana pudiera sobrevivir como
especie. Me di cuenta de que el genocidio es algo recurrente en la historia de
los hombres y que sólo es una cuestión de tiempo antes de que esta tendencia a
enloquecer conecte con la capacidad tecnológica que
permita acabar con todo.