22 oct 2024
Gog y el Libro Negro
Hace unos cinco decenios leí estos dos libros de Giovanni Papini, que en aquella, ya lejana época, fueron muy populares entre mis compañeros de la Escuela. Uno es continuación del otro y tratan sobre un extravagante multimillonario llamado Gog que se dedica a viajar por todo el mundo encontrándose con una diversidad de situaciones relatadas por capítulos de unas pocas páginas.
Gog solicita pasar unos días de meditación en un aislado monasterio griego situado en lo alto de un monte de difícil acceso. Los monjes le instalan en una de las celdas y durante la primera noche, cuando empezaba a conciliar el sueño se abrió la puerta de la celda apareciendo la tétrica figura de un monje anciano quien se presentó como el más edad y por supuesto el más antiguo de la congregación soltando el siguiente discurso, o mejor dicho lo que mi memoria guarda del mismo:
Señor cuando entré en la congregación yo era un mozalbete de unos trece años y desde entonces vivo en este lugar, que nunca he abandonado, dedicado a la oración y a los trabajos más sencillos sirviendo a mis hermanos. Ahora que presiento muy cercano el momento final de mi existencia, me atormenta sobremanera pensar que haya sido en balde toda mi tristísima vida de sacrificio, porque si, tras la muerte no existiera “la otra vida” anunciada en las escrituras. Por eso, le pido a usted, un hombre de mundo, que está adquiriendo la inmensidad de conocimientos que le proporcionan sus viajes y contactos con sabios, repito le pido que disuelva estas dudas que me atormentan.
Gog se disculpó del monje como pudo y al amanecer abandonó el monasterio.
Cuando terminé de escribir este relato me acordé de algo que me contó mi tío Saturnino, cuando yo tenía once años y que se asimila en parte con la aventura de Gog en el monasterio griego.
Como presentación de mi querido y admirado tío Satur diré que era hermano de mi madre y por circunstancias que no vienen al caso, viví en su casa durante medio año. Fue el primer ateo confeso y militante que conocí y que afortunadamente dejó en mi la impronta de mi ateísmo.
En su pueblo los hermanos de su madre, mi abuela, eran panaderos y a Satur le encargaban entregar semanalmente el pan en un convento de monjas. El pan lo recibía una joven novicia. Un día al salir del obrador para hacer la entrega, uno de sus tíos le dijo: cuando te despidas de la monjita le dices que vaya corte que se llevará cuando se muera y compruebe que tras la muerte no hay nada. Satur así lo hizo y la novicia quedó pasmada.
A la siguiente semana cuando tras la entrega de pan la novicia le dijo: Satur tu si que te llevaras un buen corte cuando te mueras y te encuentres en el infierno.
A Satur no le afectó pues pensó que la contestación no había sido espontánea pues tuvo una semana para pensarla y probablemente ayudada por alguna consejera.
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