En todas las comunidades se da la circunstancia de que uno de sus miembros es un verdadero despistado. En FEMSA este título se lo ganó con creces Jesús A. "El Panocha".
El día de la vuelta de vacaciones de verano, de un año cualquiera de la década 1960, El Panocha, no apareció por la sección, nos temimos que habría sufrido alguna contrariedad, tipo accidente. Afortunadamente al día siguiente apareció, al preguntarle el por qué de su falta al trabajo del día anterior, contestó ¿No es hoy lunes?
Podéis pensar que era un espabilado, y que en realidad se tomó un día de vacaciones de propina, no fue así, ya que al siguiente año, al incorporarse al trabajo se encontró con la puerta de fábrica cerrada. El portero le dijo que se empezaba a trabajar al día siguiente. El Panocha pensó "ya me extrañaba que el metro viniera tan vacío, hoy es domingo".
En otra ocasión a la salida del metro de Ciudad Lineal, tropezó con una rejilla de desagüe y se produjo un esguince que le mantuvo de baja laboral durante un mes. La segunda mañana de su incorporación al trabajo, llegó cojeando. El jefe, Ruiz H., le dijo: ¿A qué has tropezado con la misma rejilla?. En efecto, Jesús confirmó el dicho de que el hombre es el ser que tropieza dos veces en la misma piedra.
Un día de enero, tras las fiestas navideñas, llegó compungido. Le preguntamos que le pasaba, y nos contó la siguiente historieta:
-"Al coger el Metro en mi barrio, coincidí con mi amiguete "Chiqui", y empezamos a charlar durante el trayecto, bueno hablaba yo, Chiqui iba medio dormido, incluso le dije que tenía una voz muy rara cuando me contestaba con monosílabos al preguntarle por su hermana..., lo justificó con los excesos navideños. Al llegar a Goya, observando con mayor atención su cara, me di cuenta que no era el Chqui, al abrirse las puertas le dije "adiós Chiqui", y abandoné el vagón precipitadamente".
El despiste con peores consecuencias fue el olvido de incorporación a filas. Creyó que la callada a su solicitud de prórroga por estudios, significaba una aceptación. El caso es que una mañana llamó su madre por teléfono diciéndole que había estado en su casa la Guardia Civil buscando al prófugo J.A., y que ella les había dicho que estaba trabajando, por lo que la pareja se dirigía en esos momentos a Femsa. No sé si por pánico o qué, J.A. se marchó, cuando llegó la Benemérita, J.A. no estaba, con lo que lo de prófugo sumó un nuevo agravante.
Dentro de lo malo, tuvo la suerte de que su reemplazo hacía un mes que estaba en África, y a él le dejaron, en el calabozo, pero en un cuartel de Villa Verde.
Unos diez meses después nos enteramos que Jesús seguía arrestado. Era un compañero muy apreciado, y decidimos Alfonso Muñoz, Paco Díaz y yo visitarle. Ese domingo por la mañana nos presentamos en el cuartel, y nos pasaron al calabozo. recuerdo la escena con tristeza, sobre un pupitre había un bote de leche condensada acabado pero todavía susceptible de ser rebañado, una cajetilla de tabaco con un cigarro y dos colillas, el pelo de Jesús al cero. En aquella época no estaban de moda las cabezas rapadas. Jesús nos dijo que muchas noches soñaba que tenía pelo, aclaro que su pelo era rebelde de punta de ahí lo de Panocha, pero al despertar y pasarse la mano por la cabeza descubría la realidad y se le saltaban las lágrimas.
Paquito le dijo que no entendía como llevaba tanto tiempo en el calabozo, y nos relató lo siguiente:
-Ésta es la segunda vez que me castigan preso, y ha sido porque estando castigado a una pena menor, cavar una zanja, me ausenté para comprar chocolate en la cantina para mi y el resto de reos, al volver el cabo primera me estaba esperando, y al recriminarme le contesté como se merecía y el castigo me lo aumentaron con un mes de calabozo.
Cuando me presenté en el cuartel, después de la movida de la Guardia Civil, redacté un pliego de descargo que escribió a máquina un soldado de la oficina del cuartel. Lo firmé y me mandaron a casa hasta que me informaran de la decisión. Al día siguiente me llamó el mecanógrafo y me dijo que el documento no era válido, estaba firmado con un bolígrafo rojo, y esto no se permitía en el ejército (*). Me presenté allí y el soldado me dijo que en ese momento no tenía tiempo para redactar una hoja nueva, que le dejara firmado una cuartilla y que él más tarde escribiría en ella la hoja de descargo. El muy cabrón no se ajusto a lo que yo había dictado en la hoja anterior, en consecuencia la resolución fue en mi contra, y pasé los primeros seis meses en el calabozo.
Cuando nos despedimos, creo que casi llorando los cuatro. Le dejamos el tabaco que llevábamos, entonces fumábamos todos.
Pasaron varios años y volvimos a coincidir en la misma sección de la fábrica. Entonces él como colaborador mío en el Laboratorio de Acumuladores. Era muy ocurrente, para cualquier problema tenía una solución bricolajera y nos llevábamos estupendamente.
Los bancos de ensayo no eran tan sofisticados como lo son ahora, algunos ensayos se tenían que parar manualmente. Un festivo por la mañana, estando yo en casa, me temí que Jesús no había parado uno de los ensayos, con el consiguiente problema. Me dirigí a la fábrica y comprobé que mis temores estaban justificados, desconecté la calefacción del baño y me volví a casa. Cuando se lo dije a Jesús, se quedó muy preocupado, me dio las gracias, pero de pronto puso una cara de intenso cabreo y me soltó: - "¡Oye!, el que temieras el fallo significa que no confías en mi, de eso no hay derecho".
Jesús, si llegas a leer este artículo, no te cabrees. Lo he redactado con sumo cariño, el que tu te mereces
(*) Nota del autor. Palabra de honor que esto no es una cachondada mía, y aunque parezca mentira, tiene su lógica. En el ejército del Chaparro, el rojo sólo se permitía en las dos franjas extremas de la bandera nacional
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