10 jun 2009

G.L.PENNA

Fui colaborador del Sr. Penna durante una gran parte de mi última etapa en BOSCH.
Al principio de nuestra relación laboral estuve muy receloso de la suerte que me había caído encima. Las referencias que me llegaban de él no eran muy halagüeñas, pero pronto comprobé que gran parte de la leyenda negra que le envolvía era fruto del desconocimiento, su carácter reservado, ¿timidez? producía una imagen enigmática que inducía a la desconfianza.
Tratándole la cosa cambiaba. Su profesionalidad procedía más de la zona comercial que de la verdaderamente técnica-científica, circunstancia que, a primera vista, parecía muy extraña para un puesto de dirección de Desarrollos. Pero que, en mi opinión, fue muy positiva. Para la ciencia y la técnica nos bastábamos, parece presunción, los titulares de las ingenierías, el equipo de investigación y el laboratorio de experimentación. El Sr. Penna se encargaba con éxito de la coordinación y sobre todo, como buen comercial, de vender nuestros proyectos a las fábricas productoras y a la Dirección General. Y sin olvidar que inducía excelentes relaciones de colaboración con los comerciales.
Hasta aquí su faceta profesional. MIS PARIDAS pretenden, en el apartado Femsa, mostrar el lado humano de los personajes con los que me he encontrado a lo largo de los 47 años de mi vida laboral. Vayamos a ello:
Penna, de nacionalidad italiana, paradógicamente es uno gran aficionado a la tauromaquia. Por lo visto ya en su época de estudiante se hacía vuelos a Madrid en San Isidro tan sólo para ver una corrida.
Pienso que buscó trabajar en España para poder satisfacer su aficción.
Desde la localidad correspondiente a su abono en la plaza de las Ventas participaba apasionadamente en las discusiones con sus vecinos de asiento, la mayoría grandes entendidos como pude comprobar al descubrir su nombre en alguna publicación especializada, como participante de tertulias de las de a pie del cañón, es decir en el tendido, durante los descansos entre toro y toro.
No profundicé mucho en esta faceta debido a mi postura opositora al espectáculo, ya sabéis "LA TORTURA NO ES CULTURA " que evitaba el asunto taurino como tema de conversación entre Penna y yo.
Su otra gran afición es la numismática, en esta disciplina es, si cabe, un experto mayor que en la de los toros.
En la Plaza Mayor es conocido por todos los comerciantes del ramo. En todos sus viajes a la ciudad que fuera no dejara de visitar las tiendas especializadas. En un viaje a Londres que hicimos juntos con el propósito de homologar baterías en FORD, hizo la oportuna escapada a una feria anual de monedas, de la que regresó muy contento como comprobé aquella noche durante la cena en el hotel. No solamente descubrí su entusiasmo por las monedas, también conocí el lado prosaico del negocio. Penna compraba la moneda que le interesaba para su colección y también la que él sabía que podía revender a buen precio en la Plaza Mayor de Madrid. La numismática era una afición que le producía pingües beneficios, pero es más también ganaba con las monedas de curso actual.
Resultaba que en la plaza Mayor se puede comprar monedas actuales de cualquier país. Cuando se salía al extranjero, y más en época anterior al EURO, las monedas foráneas que traías te las tenías que tragar, los bancos sólo cambian "papel". Parece ser que las tiendas de la Plaza Mayor las compraban prácticamente al peso, y Penna se hacía con ellas a un precio irrisorio y cuando viajaba, las gastaba en pagos o las convertía en papel en cualquier entidad de cambio.
Cuando viajábamos cualquiera de nosotros a algún país del que él tuviera monedas, nos endosaba un saquete y le devolvíamos a la vuelta el correspondiente papel..
Parecía un abuso, pero nos lo tomábamos a pitorreo, y en una ocasión el encargo de cambio de monedas fue providencial:
Resultó que José Fullea viajó a Bélgica, Penna le endosó el saquito de francos belgas. El vuelo hasta Bruselas llegaba muy tarde. Allí desde el aeropuerto hasta la ciudad se iba en taxi o en el Metro, a esa hora en el último Metro, ya con la taquilla cerrada, y el billete lo vendía un empleado en el mismo vagón, se lo pagaban con un billete y el hombre con una sonrisa de oreja a oreja, y por señas, decía que no tenía cambio por lo que pretendía obtener una ganancia extra. Fullea se acordó del talego de las monedas, por supuesto debido al peso del mismo, y dijo en voz alta. "Atención, tengo cambio para todos" el grupo numeroso de viajeros españoles, en ordenada cola cambió sus billetitos con gran alegría, y el empleado miró con odio a Fullea.

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