11 sept 2017

EL ABURRIMIENTO

Desde muy niño los tres meses de vacaciones escolares las pasaba yo en el pueblo natal de mi madre situado a unos cincuenta kilómetros de Madrid, alojado en casa de mis tíos. Allí me sentía como en mi propio hogar pues tanto la hermana de mi madre como su marido me trataron siempre como a sus propios hijos los cuales eran, y siguen siendo, para mí como mis hermanos mayores aunque las circunstancias de la vida  hacen que en la actualidad nuestros encuentros sean escasos
El negocio familiar de mis familiares consistía en una tahona en cuyo obrador se elaboraba los panes y colones candeales, tipo de pan que me gustaba muchísimo, y que en la actualidad cuando lo encuentro en algún establecimiento de Madrid lo adquiero para consumirlo con nostalgia recordando que muchas veces ayudé a su elaboración pues diariamente se hacían tres hornadas la primera empezaba  a las doce de la noche y la tercera a las siete de la mañana hora a la que bajaba yo al obrador y sustituía a mi tía. Era un placer encargarme de las pesadas y dar forma de pan redondo o barras tipo colón  las porciones de masa que se dejaban reposar mientras se encendía el horno durante media hora que aprovechábamos como descanso y para echar un cigarrillo así aprendí dos cosas: el oficio de ayudante de panadero y a  liar cigarros. (Entonces el fumar no estaba demonizado).
Al llegar al pueblo al principio del verano del año que cumplí los diez años, me encontré con que tres de los chicos del pueblo  con los que jugaba todos los veranos, mis amigos, se habían hecho monaguillos por lo que me sumé con ellos a una labor que me gustaba sobremanera. El tocar las campanas de llamada a las misas labor que continué realizando años posteriores, lo que ocasionó que también me arrastraran a asistir a unas charlas que el párroco daba a los tres acólitos una o dos tardes por semana en su despacho.
A partir de ingreso en FEMSA, mis vacaciones se acortaron limitándose al mes de Agosto y mi estancia veraniega en el pueblo pasó a ser de tan sólo algún fin de semana con lo que los toques de campanas y la asistencia a las charlas quedaron  interrumpidos, hasta no recuerdo bien si fue ya con 16 o 17 años, que volví a pasar allí mis completas vacaciones de Agosto. Mis amigos ya no tocaban las campanas pero seguían con las charlas del párroco y yo reanudé mis actividades de ayudante de panadería y de oyente en casa del cura, quien para asegurarse la asistencia daba las conferencias alrededor de una gran mesa redonda en cuyo centro había un paquetón de picadura de tabaco cubano, librito de papel Bambú, cerillas y ceniceros para que pudiéramos hacer uso de este material a discreción.
He de decir que al antiguo grupo se unió un nuevo miembro llamado Fulgencio de fuerte constitución, veraneante como yo, y  estudiante de sexto de bachiller o quizá de COU en Madrid.
El caso es que al salir de las charlas comentábamos chascarrillos emanados de las mismas, tras una de ellas basada en el llamado sacramento de la confesión comenté que un tío mío me contó que de chaval le gastaban bromas al párroco, que era muy viejecito, y que consistían en confesarse de unos pecados horrorosos cosa que a Fulge le llamó mucho la atención, y decidió ponerlo en práctica.
Cada semana este chico se confesaba y comulgaba. Nos contó que en el confesionario se acusaba de “pecados” relacionados con el sexo. Ejemplo acosos sexuales a sus primas, a su abuela, bestialidades como follarse a una cerda... El cura le recriminaba estos hechos y él se defendía alegando que durante las siestas  se aburría lo que le provocaba unos deseos sexuales sin freno. Nosotros nos reíamos y le decíamos que nos contaba unas historias increíbles.
Una tarde, como de costumbre, habíamos quedado citados para bañarnos en una cantera cerca del pueblo, Fulge, para quien la natación era un deporte que practicaba habitualmente, solía ir a la cantera nada mas comer el resto salíamos del pueblo más tarde hacia allí. Aquel día  llegando al pie de la cuesta que acababa en la cantera vimos al cura bajando la misma corriendo con la sotana a medio recoger. Pasó por nuestro lado despavorido creo que ni nos vio. Cuando llegamos arriba estaba Fulge en bañador y nos dijo: Sabéis que el cura venía también a bañarse y le he dicho “menos mal que ha llegado usted pues pensaba ya irme muerto de aburrimiento”.
 


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