Desde
muy niño los tres meses de vacaciones escolares las pasaba yo en el pueblo
natal de mi madre situado a unos cincuenta kilómetros de Madrid, alojado en
casa de mis tíos. Allí me sentía como en mi propio hogar pues tanto la hermana
de mi madre como su marido me trataron siempre como a sus propios hijos los
cuales eran, y siguen siendo, para mí como mis hermanos mayores aunque las
circunstancias de la vida hacen que en
la actualidad nuestros encuentros sean escasos
El
negocio familiar de mis familiares consistía en una tahona en cuyo obrador se
elaboraba los panes y colones candeales, tipo de pan que me gustaba muchísimo,
y que en la actualidad cuando lo encuentro en algún establecimiento de Madrid
lo adquiero para consumirlo con nostalgia recordando que muchas veces ayudé a
su elaboración pues diariamente se hacían tres hornadas la primera
empezaba a las doce de la noche y la
tercera a las siete de la mañana hora a la que bajaba yo al obrador y sustituía
a mi tía. Era un placer encargarme de las pesadas y dar forma de pan redondo o
barras tipo colón las porciones de masa
que se dejaban reposar mientras se encendía el horno durante media hora que
aprovechábamos como descanso y para echar un cigarrillo así aprendí dos cosas:
el oficio de ayudante de panadero y a liar cigarros. (Entonces el fumar no estaba
demonizado).
Al
llegar al pueblo al principio del verano del año que cumplí los diez años, me
encontré con que tres de los chicos del pueblo con los que jugaba todos los veranos, mis
amigos, se habían hecho monaguillos por lo que me sumé con ellos a una labor
que me gustaba sobremanera. El tocar las campanas de llamada a las misas labor
que continué realizando años posteriores, lo que ocasionó que también me arrastraran
a asistir a unas charlas que el párroco daba a los tres acólitos una o dos
tardes por semana en su despacho.
A
partir de ingreso en FEMSA, mis vacaciones se acortaron limitándose al mes de
Agosto y mi estancia veraniega en el pueblo pasó a ser de tan sólo algún fin de
semana con lo que los toques de campanas y la asistencia a las charlas
quedaron interrumpidos, hasta no
recuerdo bien si fue ya con 16 o 17 años, que volví a pasar allí mis completas
vacaciones de Agosto. Mis amigos ya no tocaban las campanas pero seguían con
las charlas del párroco y yo reanudé mis actividades de ayudante de panadería y
de oyente en casa del cura, quien para asegurarse la asistencia daba las
conferencias alrededor de una gran mesa redonda en cuyo centro había un paquetón
de picadura de tabaco cubano, librito de papel Bambú, cerillas y ceniceros para
que pudiéramos hacer uso de este material a discreción.
He
de decir que al antiguo grupo se unió un nuevo miembro llamado Fulgencio de
fuerte constitución, veraneante como yo, y
estudiante de sexto de bachiller o quizá de COU en Madrid.
El
caso es que al salir de las charlas comentábamos chascarrillos emanados de las
mismas, tras una de ellas basada en el llamado sacramento de la confesión
comenté que un tío mío me contó que de chaval le gastaban bromas al párroco,
que era muy viejecito, y que consistían en confesarse de unos pecados
horrorosos cosa que a Fulge le llamó mucho la atención, y decidió ponerlo en
práctica.
Cada
semana este chico se confesaba y comulgaba. Nos contó que en el confesionario
se acusaba de “pecados” relacionados con el sexo. Ejemplo acosos sexuales a sus
primas, a su abuela, bestialidades como follarse a una cerda... El cura le
recriminaba estos hechos y él se defendía alegando que durante las siestas se aburría
lo que le provocaba unos deseos sexuales sin freno. Nosotros nos reíamos y le
decíamos que nos contaba unas historias increíbles.
Una
tarde, como de costumbre, habíamos quedado citados para bañarnos en una cantera
cerca del pueblo, Fulge, para quien la natación era un deporte que practicaba
habitualmente, solía ir a la cantera nada mas comer el resto salíamos del pueblo
más tarde hacia allí. Aquel día llegando
al pie de la cuesta que acababa en la cantera vimos al cura bajando la misma corriendo
con la sotana a medio recoger. Pasó por nuestro lado despavorido creo que ni
nos vio. Cuando llegamos arriba estaba Fulge en bañador y nos dijo: Sabéis que
el cura venía también a bañarse y le he dicho “menos mal que ha llegado usted
pues pensaba ya irme muerto de aburrimiento”.
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