Hace algunos años, posiblemente fuera sobre el 1974, apareció en la revista Triunfo, o en otra similar, un comentario que si me fío de mi memoria decía algo así:
En la tumba de Miguel Hernández, en el cementerio de Orihuela, he encontrado la siguiente nota de autor anónimo: "Miguel, he venido desde Madrid exclusivamente a visitar tu tumba, no te traigo flores, las flores son para los muertos y tu no lo estás, siempre estarás vivo en mi corazón".
Al comentario lo acompañaba una fotografía de la sepultura, y una nota muy amable hacia el autor anónimo.
Ángel Esparza era el librero de izquierdas por antonomasia, propietario da la librería Miguel Hernández situada en mi calle, Paredes de Nava, el sótano de este establecimiento fue durante algún tiempo almacén desde donde se distribuía el periódico Mundo Obrero. Arriba en la librería encontrabas todo lo que de "progresista" se publicaba, y bajo el mostrador libros prohibidos, y si buscabas alguna referencia que allí no estaba Ángel te la conseguía en pocos días.
Los domingos, la librería se trasladaba en forma de dos puestos al Rastro atendidos por Ángel y su mujer. Por esos puestos pasaba todo el Madrid Progre, Ángel decía que: -gracias a los puestos del Rastro se mantiene la librería, los vecinos deberíais agradecerme que yo haya montado este negocio, y no unos billares, que me darían mejores beneficios-.
Podría contar muchas cosas de las conversaciones mantenidas en las largas tardes en la Librería, pero para no extenderme en demasía me limitaré a comentar lo relacionado con la especie de epitafio reseñado en Triunfo.
No recuerdo si llevé yo el recorte a la Librería o lo tenía allí ya Ángel, el caso es que el visitante anónimo de la tumba de Miguel era el mismo Esparza, quien aprovechó el viaje a Orihuela para encontrarse con la familia de Miguel
Pudo hablar con el hijo. Ángel se dio a conocer como el propietario de la librería que llevaba el nombre de Miguel Hernández. El hijo de Miguel no mostró un gran entusiasmo, y llegó a decir que consultaría con los abogados de la fundación Miguel Hernández por si Ángel debiera estar obligado a pagar algo por la utilización del nombre de su padre.
Aquella tarde estaba Ángel muy raro, eufórico por la nota de la revista y a su vez molesto por la actitud mostrada por el hijo de Miguel Hernández, quizá porque tenía muy idealizado a quien había mamado la cebolla.
De todas formas el asunto de "los royaltys" debió de picarle, pues visitó a Buero Vallejo, quien moraba en el Barrio de la Concepción. Buero era ya muy mayor, pasaron una tarde muy agradable, y cuando se despedían, Ángel comentó, como de pasada, que tenía como emblema del negocio, el dibujo de Miguel Hernández que Buero Vallejo le hizo cuando los dos coincidieron en la misma cárcel franquista, y le pidió permiso para seguir usándolo. Buero contestó que para él era un honor que su dibujo tuviera tan noble utilidad.
El dibujo me ha servido a mi para encabezar este artículo.
Le agrupo con los artículos de Femsa, pues la librería era conocida por muchos femsistas, y la calle Paredes de Nava también.
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