Ayer, día de los difuntos, y además domingo, volviendo del Rastro encendí la radio del coche, se hablaba del Juicio Final. Este asunto lo tenía olvidado, es natural mis años de colegial quedan muy lejos, pero el prisma desde el que se trataba el asunto me llamó la atención por su originalidad.
El ponente establecía la siguiente escena:
“Imaginemos que el suceso ocurre en este momento.
Los cadáveres de todos los humanos habidos desde los principios de los tiempos resucitan. Se calcula que son cerca de 220.000 millones, los vivos somos unos 6.700 millones. Es decir el 3% del total. Seríamos un pequeño grupo, nos diferenciaríamos de los resucitados, con excepción de los que murieron en el pasado siglo, en que nuestra media de edad sería muy superior a la suya. El orden de la esperanza de vida actual se alcanzó a mediados del pasado siglo.
Es de suponer que el juicio sería por orden de antigüedad. Los actuales vivos nos tendríamos que llenar de paciencia...”
En estos momentos entré en el túnel de O’donnell, perdí la señal me quedé sin saber el final, pero lo oído me ha inspirado las reflexiones siguientes:
Los difuntos ya tuvieron un juicio en el instante siguiente a su muerte con la consecuente sentencia, y creo que firme para toda la eternidad ¿Qué necesidad hay de un segundo juicio?
Bueno quizás el tribunal del primero no fue el supremo y se tenga derecho a una apelación frente a un tribunal superior. Si eso debe ser…
Si esto fuera así los resucitados procedentes del Paraíso no apelarían, sólo lo harían los condenados al infierno, un cálculo optimista daría como resultado una reducción del 50% de juicios.
Pero quizás nos llevaríamos muchas sorpresas, creo que habría muchos condenados del Averno que no querrían cambiar de situación y también habría almas afortunadas en el cielo que preferirían cambiarse al Infierno, recuerdo la frase de, (perdón por mi memoria, no se si de Óscar Wilde o Marc Twain). “Escogería ir al Cielo por el clima, pero al Infierno por la compañía”
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